Por qué no escribo con música
Abandonamos temporalmente la línea temática sobre el proceso de publicar para ocuparnos de un tema que atañe al propio proceso de escritura: el de la música. Debate clásico que divide a los escritores en dos grupos: quienes encuentran en los auriculares conectados al ordenador un aporte de inspiración extra, y aquellos que son incapaces de escribir mientras alguien canta otras palabras en sus oídos.
Es sabido que Stephen King escribe escuchando música heavy a todo volumen, pero a mí me ocurre lo contrario. Me gusta el silencio. Mi primera novela la escribí así sin planteármelo demasiado. En la segunda, quise probar a hacerlo con música. Siendo el detonador de emociones que es, supuse que podría ayudar. Dispuesto a comprobarlo, escribí la primera parte de El brillo de las luciérnagas escuchando un loop infinito de unas cuantas canciones de bandas sonoras de películas que tengo en altísima estima: El orfanato, El laberinto del fauno, Eduardo Manostijeras y Hasta que llegó su hora. Ésta fue mi lista de reproducción durante meses:
Todo el proceso de escritura de esa primera parte, e incluso las relecturas de cada día, las realicé escuchando esa música. Eran, sin duda, canciones que casaban a la perfección con la atmósfera oscura pero con toques de ternura que buscaba conseguir. En mi cabeza, las campanitas que suenan en los temas de la película de Tim Burton acompañaban el vuelo de unas luciérnagas que aparecen en el sótano donde transcurre la acción de la novela. Casualmente, ese año la ONCE decidió utilizar la misma canción de Eduardo Manostijeras como banda sonora de su anuncio de El Gordo de Navidad, y yo tenía tan asociada la musiquita a la novela, que cada vez que alguna cadena emitía dicha publicidad me convertía en el perro de Pavlov: oía las campanitas y sentía un impulso irrefrenable de ponerme a escribir:
Y veo que me ocurre todavía. ¿Por qué entonces acabé cambiando de parecer? Pues porque llegó un día en que leí lo escrito en completo silencio. Y descubrí que la música en mis oídos había puesto sobre la páginas cosas que en realidad no estaban. Mi experiencia al escribir era desde luego muy satisfactoria y tan oscura y mágica como las composiciones de Danny Elfman y Javier Navarrete que sonaban en mi Spotify, pero la experiencia del lector iba a ser otra. Por lo menos hasta que se popularicen libros electrónicos con listas de reproducción asociadas a su lectura (disponemos ya de la tecnología necesaria para ello, así que sólo se trata de empezar a explotar sus posibilidades).
Vaya si eché de menos las campanitas de Eduardo Manostijeras en aquella primera lectura en silencio. De repente, las luciérnagas no volaban al ritmo de la nana de El laberinto del fauno, y el sótano no parecía el mismo sin que sonara el sobrecogedor tema de Hasta que llegó su hora.
Caí entonces en que, si bien la música me había ayudado a entrar en atmósfera rápidamente cada día, también me había hecho bajar la guardia en asuntos de ambientación. Cualquier mirada de un personaje se convertía en un evento de gran magnitud cuando en mis auriculares sonaba música de Ennio Moricone, pero luego, en el papel, la mirada era sólo eso, una mirada. Las orquestas habían hecho parte del trabajo por mí, y eso no estaba bien. Porque lo único de lo que dispone el lector para entender la historia que se le cuenta son las palabras, nada más, así que más vale que en esas palabras esté todo lo que necesita saber. O mejor aún: que esas palabras que uno escribe, detonen en la mente del lector la banda sonora que él decida. Eso sí que sería un verdadero triunfo.
Así que mejoré esa primera parte y decidí proseguir con la escritura de la novela tal y como había hecho con El aviso: en completo silencio. Sin ninguna ayuda. Sólo yo y la pantalla en blanco. Como Charles Bronson en un duelo de Hasta que llegó su hora. Precisamente el tema de este western estuvo tan presente en la escritura de esa primera parte que terminó por colarse en la acción, y aparece mencionado en varias escenas de la novela. Algo tenía que permanecer de la experiencia:
En cualquier caso, y a pesar de que prefiera seguir manteniendo el momento de escribir como una actividad silenciosa, creo que la música es sin duda una fuente inagotable de inspiración. Así se notaba en la constante presencia de la canción Seasons in the sun en El aviso, o en una de las citas que abrirá El brillo de las luciérnagas, extraída de un tema de Leonard Cohen. Por no hablar de mi relato Kokomo, que tomaba su nombre, directamente, de una canción de los Beach Boys.
Y tú, amigo lector: ¿escribes con música o sin música? ¿Crees que influye en lo que escribes? ¿Es adecuado citar canciones en novelas, o se corre el riesgo de separar del texto a quien no las conozca?
Próximamente en el blog: Registrar los escritos, mi amigo Kindle, La muerte de Clippy…
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- ¿Quién elige la portada de una novela?
Después del exitazo de Como Agua Para Chocolate, Laura Esquivel publicó un libro MAILÍSIMO titulado La Ley Del Amor, al que acompañaba un CD de música que la autora recomendaba escuchar mientras se leía el libro. Indicaba qué pista se debía oír en cada momento. Ahí queda el dato por si te interesa.
¿Y lo leíste/escuchaste? ¿Funcionaba el experimento?
Si, lo leí/escuché pero como decía el libro me pareció tan malo que no sé si eso fue determinante para el fracaso del experimento o que la música, que tanto le transmitía a ella, no me decía a mi nada.
Y dicho esto, la música es una gran evocadora de imágenes de ahí que me sirva como primera inspiración, como arranque. Obviamente musica sin letra alguna. El problema es que dicha música termine demasiado apegada al texto ya que a cada uno nos puede evocar imágenes y sentimientos muy diferentes y el autor debe ser quien sepa transmitir los suyos y no dejar que sea esa música quien lo haga por él, porque podría no ser la misma idea la que termine llegando al lector.
Cuando yo me dedicaba a dar cursos de guión (momento abuelo cebolleta) hacía este experimento con mis alumnos y los resultados siempre asombraban. Ya te los contaré que esto ya va quedando largo
Me interesa todo.
Escribo con música. Tranquila, discos que conozco tan bien que sé que me acompañan pero no me molestan porque ya me sé cada nota y cada frase. Eso sí, jamás busco que concuerden con la atmósfera de lo que estoy escribiendo. Y si alguna escena o situación las asocio a una canción concreta, entonces hago que aparezca en la novela: la escucha el personaje, suena en el bar…
Te apunto en el equipo de los que escriben con música. Creo que sois mayoría.
Pues yo por regla general escribo sin música, aunque si que la uso para imaginar escenas, me explico: al ir en el autobús y oír alguna banda sonora (sí, también se pueden oír bandas sonoras originales por el ipod) me puede venir la visualización de como desarrollar una escena, qué ritmo darle, que sensación puede tener el personaje,… Incluso lo he hecho en casa, pero previo a la escritura. Luego, cuando me pongo a teclear, no suelo acompañarme de música.
Entonces ya tenemos algo en común.
Me pasó con uno de los primeros relatos que escribí “Sueños Líquidos” (elegí ese título mucho tiempo atrás que Maná lo escogiera para uno de sus discos). Siempre sonaban las “Leyendas de Avalon” de Thierry Fervant cuando lo escribía. Llegué a asociarlo tanto con esa música tan especial,que me parecía casi imprescindible que al lector le llegara con la misma música incorporada. No podía ser, pero aun así creo que la lectura silenciosa lograba también recrear la atmósfera que yo buscaba.
Pues diría que ambas. (no me gusta escoger un bando).
No me inspiro de la música a veces lo hago para callar el mundo de afuera, son como mis paredes, no me fijo de ellas. Sólo sé que están allí para protegerme de afuera. Nada en especifico porque mientras la escucho, y la canto son cosas que hace mi subconciente mientras la voz de adentro me va hablando y es la que escucho.
Otras veces escribo sin música, mas cuando está todo callado como a las 12 am, sólo para escuchar el sonido de las teclas. Lo de citar música en la escritura no lo he intentando. No ha entrado la oportunidad, además no sé si hacerlo.
Mucha de la música que me gusta no es muy conocida y díficil de encontrar así que no quiero distraer al lector que se salga de la lectura para ir a buscar X banda.