Mis primeros seis años como escritor
Coincidiendo con la publicación de mi tercera novela en junio de 2017, la revista WMagazín me pidió que escribiera un texto resumiendo mis primeros años como escritor, texto que comparto ahora en este blog.
En 9 de junio de 2017, mientras firmo en la Feria del Libro de Madrid ejemplares de mi recién estrenada tercera novela, La casa entre los cactus, WMagazín me pide que rememore mi carrera como escritor desde los inicios hasta hoy. Curiosa y apropiada fecha para hacerme tal encargo, puesto que fue también un 9 de junio, pero de 2011, cuando se publicó mi primera novela. Entre ambas fechas, durante estos seis años exactos, han ocurrido muchas cosas. De hecho, han ocurrido casi todas las cosas que me atreví a desear que ocurrieran cuando me senté frente a un ordenador a escribir mi primera novela.
En aquel momento, en 2007, mientras tecleaba el primer capítulo de El aviso en un portátil de los de entonces, de los que pesaban treinta kilos, mi meta inmediata era, sencillamente, acabar la novela. Son muchas las personas que comienzan a escribir un libro mientras sueñan ya con el éxito y el dinero que se suele atribuir a la fama literaria, pero el porcentaje de personas que realmente acaba esa primera novela es pequeño. Ínfimo. Y yo tenía claro que era a ese porcentaje al que quería pertenecer, al pequeño, porque, como ocurre con otras muchas cosas, formar parte de la minoría es mucho más interesante. Así que centré mi mirada en la palabra fin que se veía a lo lejos. Muy muy lejos. Es posible que al principio ni siquiera se viera, tan sólo se intuyera, pero me obligué a no desanimarme. Y a no pensar en nada más allá que en lograr escribir esas tres letras, en acabar la novela. Sólo el hecho de escribir la palabra fin, el sencillo acto de presionar tres teclas tras haber presionado otro millón durante la creación de la historia —como si fueran los tres últimos pasos de un viaje a pie de un año de duración— diferencia a los que de verdad quieren ser escritores de quienes fantasean con la idea de serlo.
Alcancé esa meta en algo más de un año, meses que pasé escribiendo en cualquier momento que me dejaba libre el trabajo. Me motivaba pensando que estaba cumpliendo un objetivo vital que me había planteado desde niño, pero me desanimaba al recordar que nada me aseguraba que esa novela fuera a publicarse o alcanzar a ningún lector. No había garantía alguna de que todo ese trabajo fuera a servir para algo. De hecho, tras la alegría de poner fin a la novela, de acabar con el titánico esfuerzo de dar vida a unos personajes y a un universo, de empezar uno a creerse que quizá de verdad tenga madera de escritor, llega el momento de darse cuenta de que acabar un libro es la parte más fácil de todo el proceso. Lo realmente duro viene después: conseguir que alguien publique ese libro. Sirva como prueba que tardé el doble de tiempo en encontrar una editorial que editara El aviso que en escribir la propia novela. Y fue sólo con la ayuda de una agente literaria que pudo obrarse el milagro. Antes de eso, mis comunicaciones con las editoriales consistieron en encadenar una frustración tras otra: esperas de seis meses para obtener respuestas negativas o, directamente, ninguna respuesta, fueron los desenlaces habituales que obtuve.
Hasta que una editorial, RBA, se decidió a publicar ese manuscrito ya manoseado en otro montón de despachos. Fue en ese momento cuando el sueño de ser escritor empezó a materializarse. De pronto mi novela estaba a la venta. Existía en las librerías un libro de verdad, con cubierta y contraportada, con mi nombre, publicado por una editorial de las grandes. Había gente más allá de mis amigos y familia que leía la historia del niño protagonista de aquella historia, Leo Cruz. Incluso conocí lectores que habían llorado con su final. Por primera vez experimenté lo que se siente al saber que tus personajes se han convertido en personas reales en la imaginación de otra gente. Y es una sensación mágica, milagrosa. Además llegó a lectores alemanes e italianos, no sólo españoles, porque el libro se tradujo a esos idiomas. O sea que Leo Cruz existió en las mentes de lectores en Múnich. Otro milagro. Como milagroso pareció que la novela se vendiera a la productora de cine Morena Films, que vio entre sus páginas una historia digna de ser adaptada a la pantalla grande. En la época en la que mi único objetivo era escribir fin a mi novela, mientras tecleaba en el portátil de treinta kilos, la idea de que lo que escribía se convirtiera en película aparecía una y otra vez en mi mente, pero apenas le daba pábulo. Eso era imposible. Era soñar demasiado grande. Algo así no pasaría. U ocurriría mucho más adelante, con mi décima novela. Pero ocurrió apenas cinco meses después de que El aviso llegara a las librerías. Entonces se inició un camino hacia la adaptación cinematográfica que ha culminado también en 2017, en este mes de junio en el que tantas cosas están pasando, con el inicio del rodaje. La película la dirige Daniel Calparsoro y la protagonizan Raúl Arévalo y Belén Cuesta. Se estrena el 2 de marzo de 2018. Si alguien me hubiera chivado este desenlace mientras tecleaba en el portátil de treinta kilos, le hubiera pegado en la cabeza con él, por mentiroso.
Tampoco le habría creído si me hubiera chivado que, para cuando ese rodaje comenzara, mi segunda novela también estaría en proceso de adaptación al cine, con la misma productora. Esa segunda novela es El brillo de las luciérnagas, que publiqué dos años después de la primera. Todo resultó más fácil en esta segunda ocasión. Ya confirmado como escritor gracias al empuje de El aviso, desaparecieron del proceso de escritura el miedo e incertidumbre sobre si tanto teclear serviría para algo. Ahora ya sabía que, salvo imprevisto mayúsculo o que escribiera algo muy malo, este nuevo libro tendría altas probabilidades de ser publicado. Es más, con ayuda de mi agente, decidimos que vendría mejor a esa novela en concreto —y al futuro de mi carrera en general—, publicarla en otra editorial. Plaza y Janés siempre fue mi sello preferido porque era el logotipo que veía de pequeño en los libros de Stephen King que leía en verano, libros que plantaron en mí la semilla del deseo de ser escritor. Cuando mi agente me llamó para confirmar que El brillo de las luciérnagas se publicaría en Plaza y Janés, le dediqué ese logro al niño que en 1990 compró un ejemplar de Carrie una tarde de verano en el Pryca de Majadahonda.
Esa novela, además, trajo consigo otra de las mayores alegrías que he tenido de momento en mi carrera como escritor: ser traducido al inglés. Es el idioma en el que escriben muchos de mis autores favoritos, en el que se ruedan las películas y series que más me gustan. En el que se han escrito la mayor parte de las canciones de mi vida. Por supuesto no renegaría nunca de mis novelas originales que escribo y escribiré en español —el idioma en el que pienso, siento y tecleo— pero ser traducido al inglés suponía, de pronto, poder situarme en una biblioteca en la misma estantería que los libros originales de Roald Dahl, Jeffrey Eugenides, William Golding, Shirley Jackson, Agatha Christie, Stephen King, Cormac McCarthy, Robert McCammon. Situarme lomo a lomo con quienes para mí son los más grandes.
También se publicará en inglés La casa entre los cactus, que edita de nuevo Plaza y Janés y de la que acabo de estar firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid un 9 de junio de 2017, en el sexto aniversario exacto de la salida al mercado de El aviso y al tiempo que se inicia el rodaje de la primera película basada en una de mis novelas. Buen momento para que WMagazín me pidiera hacer un recuento de mi carrera, éste en el que muchos sueños y aspiraciones han confluido en el siempre mágico mes de junio.
Artículo Publicado originalmente en WMagazín.
- ‘El aviso’: de la página a la pantalla
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