Diez maneras infalibles de mejorar un manuscrito (I)

Una vez que uno escribe la palabra Fin en una novela, en realidad lo único que hace es establecer un nuevo comienzo. Por muy organizado que uno sea, por mucho que sepa desde el principio que al final la chica muere a manos del hermano gemelo de su marido desaparecido, siempre será necesario volver sobre lo escrito porque habrán ocurrido cosas que nunca se previeron y que cambian sustancialmente lo que aconteció previamente. La reescritura es un trabajo profundo en el que habrá que encajar a la perfección la secuencia de eventos, pulir las motivaciones de todos los personajes, evitar las inconsistencias en la trama y otras labores de crucial importancia de las que hablaremos en entradas futuras. Pero antes incluso de someter a nuestra novela a esa operación a corazón abierto, existe una serie de primeros auxilios que podemos aplicarle y que mejorarán su salud de forma automática. 1. ADJETIVOS, LOS NECESARIOS, QUE SON MENOS DE LOS QUE PENSAMOS Debió de ser cuando escribíamos composiciones en el colegio cuando descubrimos lo fácil que era engordar un texto a base de adjetivos. Además, por aquel entonces, la profesora incluso nos subía la nota al comprobar la riqueza de nuestro léxico. El “precioso, profundo, inmenso e inabarcable cielo azul” que mencionábamos en nuestra redacción nos hacía aún más merecedores del Progresa Adecuadamente. Pero como ya no estamos sentados en un pupitre sino en un escritorio Expedit, se acabó lo que se daba. Adjetivos, los justos. Y nada de frases como “el frío y morado cadáver estaba hinchado”. Tres adjetivos en siete palabras no es un buen ratio, y menos cuando son adjetivos que ya se presuponen al nombre al que acompañan. La sencillez es siempre nuestra aliada. Siempre. Por lo menos hasta que seamos Javier Marías y hagamos con las oraciones lo que nos dé la gana. De momento, un único adjetivo bien puesto, basta. 2. QUITAR TODAS LAS PALABRAS QUE ACABEN EN -MENTE Bueno, y que sean adverbios, claro. Que nadie comience a cambiar la palabra mente referida a la potencia intelectual del alma de su personaje (lo de ‘potencia intelectual del alma’ es la definición que acabo de ver que la RAE ofrece para dicha palabra, qué bonito). A lo que iba, algo tan sencillo como utilizar la herramienta Edición > Buscar de Word para localizar todos los adverbios acabados en -mente que hayamos usado, elevará la legibilidad del manuscrito unos cuantos puntos. ¿Qué hacer con ellos? Borrarlos. La mayor parte de las veces, se puede. El mero contexto, si hemos hecho bien nuestro trabajo, evita la necesidad de redundar con un adverbio. Si estamos describiendo la huida de un ladrón que acaba de robar un banco, no nos hace falta aclarar que giró la llave del coche nerviosamente. Ni rápidamente. Ni frenéticamente. Las sirenas de la policía, el sudor que resbala por su frente, la respiración entrecortada y las manos temblorosas ya nos dejan claro que la huida es rápida, frenética y nerviosa. No hace falta más. Lo mismo ocurre con…

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