¿Quién elige la portada de una novela?

Si existe un momento que me gusta especialmente en el proceso de publicación de una novela es el momento de ver la portada. En contra de lo que dicta la razón y la sabiduría popular, no puedo evitar hacer un primer juicio de un libro basándome en su portada, así que supongo que otro montón de gente hará lo propio con los míos. Al fin y al cabo, y salvo novedades muy anticipadas, es lo primero que vemos de ese libro. Recuerdo que de pequeño viví como algo traumático un cambio de ilustrador que se produjo en los libros de El pequeño vampiro. Vale que los verdaderos personajes eran los que Angela Sommer-Bodenburg describía con sus palabras y no los que la ilustradora plasmaba en la portada, pero tras años de imaginar a Rüdiger y Anton de una manera, no resultaba sencillo comprar nuevos libros con portadas invadidas por personajes de apariencia extraña: ¿Quién elige la portada de tu novela? La editorial. ¿Tenemos los escritores algo que decir al respecto? Por supuesto. Aunque, al menos en lo que ha sido mi experiencia, partiendo siempre de opciones enviadas por la editorial. Recuerdo el caso de un escritor norteamericano, Barry Eisler, que se enfadó tanto al ver la portada con la que una editorial extranjera había sacado al mercado la traducción de una de sus novelas, que decidió escribir una carta abierta a esa editorial para dejar las cosas claras. La portada fue ésta: Y en la carta les dijo cosas como: “entiendo que diferentes mercados tienen diferentes sensibilidades, pero la imagen que han elegido no es que viole la sensibilidad de un mercado particular, sino que viola los fundamentos del márketing como tal”; y “alguien que tratara deliberadamente de encontrar una imagen más insípida e inerte a la que ustedes proponen tendría bastante difícil encontrarla”. Yo aún no me he encontrado en una situación como ésta, aunque recuerdo perfectamente el susto que me llevé cuando recibí la primera opción que RBA me ofreció para El aviso. La editora me explicaba, con mucha razón, que una portada no tiene por qué reflejar exactamente el universo de la novela, sino que debe transmitir las emociones que provoca ese texto. Y hasta ahí estoy de acuerdo. Pero resulta que esa primera portada mostraba la fotografía de una niña. Y quien haya leído El aviso sabrá que el protagonista era un niño. La imagen sin duda era inquietante, lo cual cuadraba con la atmósfera de la novela, pero me resistía a ilustrar con una niña lo que era una historia sobre un niño. Si, al fin y al cabo, las editoriales tiran en muchas ocasiones de bancos de imágenes para sus portadas, bancos en los que hay centenares de fotografías de modelos anónimos de todas las edades, ¿por qué elegir el sexo equivocado? Tras mostrar amablemente mi disconformidad, la editorial mandó dos nuevas opciones, ambas protagonizadas, ahora sí, por niños varones aterrorizados. Uno de ellos era el que finalmente quedó plasmado en la portada. Ahora que…

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