‘The Light of the Fireflies’ is out now. Read the first chapter

THE LIGHT OF THE FIREFLIES is available NOW at Amazon sites. The book has been included in the Kindle First selection for March, making it available for Amazon members at the price of 1.99$ or Free for Prime members, one month before its official release (April 1st). Get it now at: http://amzn.com/B016A31ZWC

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THE LIGHT OF THE FIREFLIES – PAUL PEN
A haunting and hopeful tale of discovering light in even the darkest of places.

For his whole life, the boy has lived underground, in a basement with his parents, grandmother, sister, and brother. Before he was born, his family was disfigured by a fire. His sister wears a white mask to cover her burns.

He spends his hours with his cactus, reading his book on insects, or touching the one ray of sunlight that filters in through a crack in the ceiling. Ever since his sister had a baby, everyone’s been acting very strangely. The boy begins to wonder why they never say who the father is, about what happened before his own birth, about why they’re shut away.

A few days ago, some fireflies arrived in the basement. His grandma said, There’s no creature more amazing than one that can make its own light. That light makes the boy want to escape, to know the outside world. Problem is, all the doors are locked. And he doesn’t know how to get out.…

 


‘Trece Historias’, mi nueva colección de relatos

‘TRECE HISTORIAS’ supone mi primera colección de relatos, trece cuentos en los que he podido escribir sobre muchos de mis temas favoritos: los viajes en el tiempo, la venganza, la obsesión, los experimentos anatómicos, la soledad, los freak shows… Finales inesperados, emociones intensas y personajes únicos, conforman esta colección.

Pero ‘TRECE HISTORIAS’ no es sólo una colección de relatos, sino una serie literaria digital. Los relatos irán apareciendo semanalmente, cada jueves, a lo largo de trece semanas, hasta conformar una primera temporada que se alargará durante tres meses llenos de misterio, terror, drama y suspense. De esta forma, cada relato se entiende como un nuevo episodio, independiente, muy en la línea de míticos programas televisivos como ‘Alfred Hitchcock presenta’, ‘Historias de la cripta’ o ‘The Twilight Zone’ (‘En los límites de la realidad’).

Con el fin de convertir la colección en algo más que una experiencia literaria, la publicación de cada relato irá acompañada por la aparición de un vídeo de presentación en el que yo mismo presentaré el relato, avanzando parte de su contenido, tal y como hacían Alfred Hitchcock, Rod Serling o el Guardián de la Cripta al inicio de sus respectivos programas. Estos vídeos se publicarán semanalmente en mi canal de YouTube e incluirán, además de la presentación del relato, la lectura de un fragmento.

Todos los relatos estarán disponibles en Amazon para su lectura en formato digital en dispositivos Kindle, o a través de la aplicación Kindle en cualquier otro dispositivo: iPhone, iPad, dispositivos Android o Windows. Cualquier lector, cualquiera, puede acceder sin problema a los relatos.


Encuentro con alumnos de una escuela de adultos

El pasado 18 de noviembre tuve un increíble encuentro con un centenar de alumnos de la Escuela Municipal de Adultos de Alcalá de Henares. Como escritor resulta muy conmovedor que, en un teatro lleno, un hombre de 47 años te diga que el tuyo es el primer libro que ha leído en su vida, o que una mujer se emocione hasta las lágrimas contándote lo feliz que le hace leer y estudiar a su edad, aprovechado ahora oportunidades que no tuvo en su infancia. Gratificante es también oír a una lectora contar cómo al terminar ‘El brillo de las luciérnagas’ sintió la necesidad de asomarse a la ventana y mirar las estrellas.

Muchas gracias a todos los que estuvisteis conmigo y, especialmente, a los que hicisteis posible el encuentro en el Corral de Comedias de la ciudad.


Canción de amor al libro de bolsillo

En la primera biografía que escribí para enviar a RBA, la editorial que publicó El aviso, se me ocurrió incluir una frase que acabó llamando la atención más de lo que yo mismo pensaba: que no me consideraría escritor hasta que no viera la edición de bolsillo de uno de mis libros vendiéndose en un aeropuerto.

Y puedo asegurar que no era ningún reclamo, ni broma, ni gracieta. Era la pura realidad. Quizá sea más lógico aspirar a que tu libro sea publicado en el formato más grande posible, con las tapas más duras que existan y superando el kilo y medio de peso, pero a mí lo que me hacía ilusión de verdad era imaginarme en el estante giratorio del puesto de prensa de un aeropuerto. Quería ver mi historia publicada en las que han sido siempre mis ediciones favoritas: las de bolsillo. Tapas blandas, páginas pequeñas, letras diminutas, portadas impactantes. Y ese olor a papel y tinta que sólo se consigue con la inferior calidad de los materiales. Pero también un olor que tengo asociado a las novelas que más he disfrutado y que siempre me recuerda al verano.

Lo normal es tirar de ediciones de bolsillo cuando se viaja. Ya sea a Dénia o a Nueva York. Puede ser a Torremolinos, comprando un libro después de desayunar, de camino a la playa, con la toalla sobre los hombros y parando en el quiosco que ha sacado a la acera el estante giratorio de los libros, que ya ni gira ni nada. Así me hice yo, entre otros muchos, con Corazón tan blanco de Javier Marías y Darkly Dreaming Dexter (la novela en que se basó la serie). Heart-Shaped box de Joe Hill también me lo encontré, en su idioma original, en alguna esquina de Mallorca o Gandía. Y aquí siguen conmigo:

Bolsillo

Lo mismo ocurre con los viajes que incluyen mucho tiempo de avión, porque no hay nada mejor para sobrellevar diez horas cruzando el Atlántico, o tres horas sobrevolando Europa, que enfrascarse en las páginas de una historia que te haga olvidar lo incómodo que estás en el asiento, las ganas que tienes de que sirvan la comida, o lo lentísimo que avanza sobre el mapa el avioncito ese que va marcando en las pantallas el transcurso del trayecto. Y está claro que el libro que uno ha de llevarse a un avión tiene que ser en edición de bolsillo. A poder ser, comprado en el puesto de prensa más cercano a la puerta de embarque cinco minutos antes de la salida del vuelo. Maltratado ya de entrada por el montón de manos de viajeros que le han echado un ojo en la tienda para, al final, no llevárselo, y maltratado aún más tras meterlo a presión en el equipaje de mano.

Lo mejor de todo es que acabamos leyendo esos libros de bolsillo en dos de los escenarios más idílicos que se me ocurren para disfrutar de una buena historia: en la playa, a la sombra, en un caluroso día de julio; o en un avión, mientras todo el mundo duerme,  a oscuras bajo el cono de luz luminosa que emite la lamparita individual en el techo.

Y si hay algo que define a un buen libro de bolsillo es el estado en el que termina su corta vida. Como son ediciones que cuestan poco y nos acompañan en la dura batalla contra la arena, el agua, la sal, las puertas de embarque y las salas de espera, tendemos a descuidarlos, y al final de su lectura acaban tan maltratados como la mochila de un viajero. Y eso precisamente lo que los hace grandes. Experimentados. Vividos. Acabarán en la estantería magullados, con el lomo agrietado. Probablemente les falte incluso un jirón de cartón que imposibilite leer el título al completo. Sólo unas muletas y un parche en el ojo podrían empeorar su aspecto. A su lado lucirán impolutas otras obras en ediciones normales, incluso de lujo. Ediciones leídas en otoño o invierno, al calor de una taza de café y en un sofá en el que libro y lector estuvieron siempre a salvo de los elementos. Pero si alguien me diera la oportunidad de entrevistar a alguno de esos dos libros, al sucio de bolsillo que ha recorrido miles de kilómetros o a la excelente edición de tapa dura que no ha salido del salón, tengo muy claro a cuál elegiría. He aquí dos novelas que me encantan, pero sólo una de ellas, con su pequeño tamaño y manejabilidad, pudo acompañarme en un gran viaje:

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Y por eso ahora que se edita en bolsillo mi segunda novela, El brillo de las luciérnagas, espero que al final del verano haya muchos ejemplares en maletas en el trastero, al fondo de bolsos de piscina, en los bolsillos laterales de mochilas que se vayan de InterRail y sobre el mostrador de recepción de hoteles de playa. También espero que quede algún ejemplar abandonado en el estante giratorio de algún puesto de prensa en el paseo marítimo de algún pueblo costero. Espero que el sol amarillee las páginas de ese libro durante todo el verano y que el aire cálido acartone sus cubiertas. Que llegue la fecha de cierre de temporada y el dueño de la tienda almacene el estante al fondo del local, para que mi libro sobreviva a un duro invierno haciendo frente a las telarañas y la humedad. Para que el próximo verano, o dentro de otros siete, ese libro vuelva a salir a la calle en su estante giratorio convertido en uno de los tipos de libro más fascinantes que existen: los de edición de bolsillo, maltratados por el tiempo, con olor a viejo, y que ofrecen entretenimiento durante un período de tiempo tan importante en cualquier vida como son las vacaciones.

LuciernagasBolsillo

‘El brillo de las luciérnagas’ ya disponible en edición de bolsillo (DeBols!llo) por 9,95€. Y en una nueva edición digital por 6,99€.


Mi primer relato

Hoy, RHM Flash, el sello de Random House que publica relatos en formato digital, publica un par de historias de terror que estaba deseando que vieran la luz. Se titulan OTEL (sin hache) y La sangre del muerto. Este último tiene la particularidad de ser el primer relato serio que escribí en mi vida. Antes había escrito algunas historietas de brujas y niños que se transforman en animales, tan inspiradas en Roald Dahl que rozaban el plagio descarado, y ejercicios de redacción en clase de Lengua que enfrentaban a Góngora y Quevedo en batallas telequinéticas deudoras de Carrie. Pero superada aquella fase imitadora, La sangre del muerto supuso mi primer intento de escribir algo adulto, o lo que yo entendía por adulto en aquel entonces:  a mis trece o catorce años, adultos me parecían los chicos de dieciséis que protagonizan la historia. Aún recuerdo perfectamente la noche de verano en que abrí un cuaderno sin usar del colegio y me dispuse, bolígrafo en mano, a perseguir mi carrera de escritor. Afortunadamente, esta reliquia se ha ido conservando hasta hoy, de trastero en trastero, guardada en la caja de los álbumes de cromos. Así de bien luce:

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¿De dónde obtuve la inspiración para la primera gran hazaña que supone escribir un relato entero? De la tele, cómo no. Siempre he sido muy seguidor de las series de televisión que consistían en pequeños relatos de misterio con grandes giros finales, como Alfred Hitchcock presenta…, Cuentos asombrosos, o Historias de la Cripta. La que más veía por aquel entonces era esta última, que emitía Telecinco por las noches. Su cabecera sigue siendo una de mis favoritas: el sonido inicial de la verja al abrirse, los susurros que se oyen al bajar la escalera y la risa histérica del guardián de la cripta al final, me transportan aún hoy, de forma mágica, a aquellos veranos de mediados de los noventa. Y eso vale casi tanto como tener una máquina del tiempo.

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¿Debemos registrar todo lo que escribimos?

Antes de que mi primera novela llegara a las manos adecuadas, dediqué casi un año a enviarla a todas las editoriales posibles. También la envié al Premio Minotauro de aquel año, sin suerte alguna. Y recuerdo que cuando le contaba a alguien que estaba mandando alegremente el manuscrito a todas partes, la primera pregunta que me hacían era: “la habrás registrado, ¿no?”

Todos conocemos anécdotas como la del creador de futbolín y parece estar bastante instalada en el imaginario colectivo la figura siniestra de una persona malvada apropiándose del trabajo de otra que no puede demostrar su autoría porque nunca registró el original. Yo pasé por el trance de imaginarme plagiado antes incluso de terminar el manuscrito de El aviso, del cual llevaba una copia de seguridad en un reproductor de mp3 con el que iba al gimnasio. Una tarde, entre pesas y carreras en la cinta, lo olvidé en algún rincón. Y no lo volví a ver más. Como todo autor que está escribiendo su ópera prima, sentía que era, básicamente, la mejor novela de la historia y que iba a cambiar con ella el transcurso de la narrativa moderna.

Para mí, lo que contenía aquel mp3 era poco más o menos que un futuro de gloria, riquezas y reconocimiento. De repente, imaginaba mi valiosa historia en manos de algún levantador de pesas que se haría rico con mis ideas mientras mi vida se desintegraría como un barquito de papel en las corrientes de un alcantarillado. Hasta el día en que moriría de hambre en una acera viendo en los televisores de algún escaparate cómo ese ex compañero de gimnasio recibía el premio Nobel de Literatura por mi novela. Pues bien, es bastante probable que la realidad fuera otra, y que lo primero que hiciera esa persona que se quedó con mi reproductor fuera borrar el montón de archivos de Word que le estorbaban para poder meter más canciones de DJ Tiësto.

En efecto, todo ese miedo al plagio que parecemos tener los autores novatos está bastante infundado. Sirva mi pequeña fábula del mp3 para entender que, en realidad, la mayoría de profesionales que reciban un manuscrito actuarán de dos maneras:

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Escribe de lo que sabes. Bueno, mejor no.

Regreso al blog tras el largo parón estival con la sensación de haber vivido uno de los mejores veranos de mi vida recorriendo Estados Unidos en coche. Algo que va a hacer mucho bien a mi tercera novela porque el verano y la carretera serán protagonistas fundamentales. Y es curioso que yo diga esto porque, desde siempre, he sido bastante reacio a aceptar una de las máximas más repetidas en cursos para escritores: “Escribe sobre lo que conoces”/ “Escribe de lo que sabes”.

En manuales de escritura y cursos para escritores incipientes nunca falta dicho consejo, que acaba siendo el responsable de que muchos intentos de primeras novelas acaben convertidos en aburridos diarios o en elaborados ejercicios de documentación carentes de cosas mucho más importantes como son la trama, los puntos de giro o las emociones de los personajes. Aunque todos somos individuos únicos y bellos en nuestra propia singularidad, nuestras vidas tienden a ser más anodinas de lo que pensamos y, desde luego, mucho más aburridas cuando se ven desde fuera.

Leí tantas veces ese consejo en libros de escritura y blogs de otros autores que, al principio, dudé mucho si realmente debía intentar escribir las historias que quería escribir. ¿Cómo iba a lanzarme a escribir toda una novela sobre una familia encerrada en un sótano si nunca he experimentado nada similar? Bueno, en una ocasión fingí haber ido al colegio y realmente me escondí de mis padres en el tejado, donde me quedé nueve horas hasta que pude bajar y entrar en casa como si tal cosa —curiosamente, en clase de Lengua estábamos leyendo El diario de Ana Frank, y fue esa historia sobre un encierro la que me acompañó durante la odisea—, pero siendo eso es lo más cerca que he estado de vivir algo parecido a lo que vive el protagonista de El brillo de las luciérnagas, ¿cómo iba a poder describir correctamente su encierro durante diez años? Atendiendo a la máxima “Escribe sobre lo que conoces”, muy difícilmente.

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El lector electrónico también sirve para escribir

Me sigue sorprendiendo de manera genuina que, en muchas de las entrevistas que estoy haciendo para promocionar El brillo de las luciérnagas, todavía me pregunten si estoy a favor o en contra de los libros electrónicos. ¿A favor? ¿En contra? ¿Acaso es posible posicionarse al respecto en pleno 2013? Hoy en día, no aceptar la literatura digital como la realidad que es equivaldría a estar en contra de la electricidad misma, así que los que no seamos amish ni menonitas debemos abrazar este portento tecnológico que nos ha solucionado la vida a la hora de viajar en avión con varios libros encima, que nos permite acceder a títulos en su idioma original en un segundo, y que nos ayuda a descubrir a escritores independientes que quizá nunca hubieran llegado a nosotros de otra manera. Si no fuera por mi Kindle no conocería a Marc R. Soto y, creedme, el universo no podía permitir que eso ocurriera.

Otra cosa es preferir el libro físico como opción personal, y entiendo perfectamente a quienes sigan prefiriendo disfrutar del olor del papel y de lo acogedor que resulta agazaparse en un sofá bajo el peso de una buena novela. Al fin y al cabo, soy de los niños que crecimos viendo La historia interminable y, al igual que Bastian escondido en el desván de su colegio, siempre entenderé la magia que puede emanar de un libro al abrir su polvorienta cubierta.

Pero resistirse a aceptar el libro electrónico como una realidad hacia la que se dirige el futuro ha dejado de ser posible. Sobre todo cuando este dispositivo es también una estupenda herramienta para escritores, no sólo en lo relativo a la publicación y distribución de su obra, sino en el propio proceso de escritura. Que es a donde quería llegar con este post, a entender el lector electrónico también como herramienta de trabajo para el escritor. Un uso que no preví a la hora de hacerme con mi Kindle, pero que ha terminado por convertirse en uno de sus cometidos principales. Actualmente, todo lo que escribo pasa en algún momento por mi lector electrónico para hacer en él una lectura fresca y diferente del material. Más o menos, éste es el proceso:

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¿Cómo vive un escritor la Feria del Libro?

El pasado fin de semana estuve, por primera vez, firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid. La publicación de mi primera novela me pilló trabajando en un reality show en Honduras, lo que hizo que me perdiera varias de las citas importantes que suceden a la edición de un libro. De hecho, el primer ejemplar de El aviso que tuve entre mis manos, la primera vez que toqué un libro de verdad escrito por mí, fue en San Pedro Sula, la segunda ciudad hondureña en importancia, y lugar al que oportunamente llegó una visita desde España casi el mismo día de la publicación.

Así que he tenido que esperar dos años, uno de ellos encerrado en un sótano, para poder estrenarme en el gran evento literario de la ciudad de Madrid. Además fue un estreno por todo lo alto, firmando el sábado por la mañana en una de las casetas más concurridas y deseadas del Paseo del Duque de Fernán Núñez. La 170. La de la Casa del Libro. Compartía caseta con Laura Gallego, Alberto Chicote y Use Lahoz. La primera, en calidad de absoluta best seller española, definió en gran medida la manera en que transcurriría la mañana en mi caseta, y observar de primera mano el fenómeno fan que puede generar una escritora de nuestro país fue sin duda un gran entretenimiento.

Firmando

La feria la componen un montón de casetas, una detrás de otra, a lo largo de uno de los grandes paseos del parque de El Retiro. Pared con pared, centenares de quioscos ofrecen una selección de su catálogo al montón de gente que se pasea por allí. Este pasado fin de semana hizo un tiempo estupendo así que la afluencia de público, por lo que me contaban los libreros de las casetas en las que estuve, era más que considerable. Y anda que no me contaron cosas los libreros. Momento en que no se me acercaba nadie a que le firmara un libro, momento en que aprovechaba para charlar con ellos y que me contaran su visión del sector editorial, la feria, o la mastodóntica campaña de promoción del nuevo libro de Dan Brown.

Ese sábado por la mañana, antes de llegar a mi caseta, una cola kilométrica y vallas de seguridad que cercaban la zona me permitieron soñar durante un segundo que me había convertido de la noche a la mañana en el nuevo fenómeno literario del año, y que hordas de lectores esperaban ansiosos a que les estampara mi firma. Pero no. La cola, el griterío y los fans pertenecían a Laura Gallego, lógicamente. A mí me tocaba la silla contigua. Allí me senté yo, frente a una pila de mis novelas y bajo un cartel que anunciaba mi presencia, pensando para mis adentros: “algún día, Paul, algún día”.

Los autores que aún no vendemos como E. L. James, Dan Brown o la propia Laura, vivimos una feria tranquila, recibiendo a nuestros seguidores de forma espaciada y con tiempo para charlar con ellos sobre el argumento de la novela o cómo han sabido de su existencia. A mí aún me parece mágico el momento en el que un desconocido se acerca a comprar un libro tuyo, aceptando la invitación a leerte que suponen la sinopsis, la portada, o una entrevista que han escuchado en la radio, y recibe con alegría la firma y la dedicatoria manuscrita. Uno de los lectores que vino el sábado me anunciaba después por Twitter que ahí mismo, en El Retiro y bajo el sol de un día espectacular, iba a descender por primera vez a la oscuridad del sótano en el que transcurre El brillo de las luciérnagas. Espero que la estancia le esté resultando tan agradable como sobrecogedora:

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Entre lector y lector, transcurren unos minutos que tienden a hacerse un poco largos, así que me entretuve observando a los jóvenes lectores de mi compañera de firma, que no sólo hacían cola, sino que pululaban por la caseta y alrededores extasiados de conocer a su ídolo, quien acababa por tener cierto aire de estrella del pop. Fue un verdadero placer descubrir a un montón de adolescentes charlando de libros, observando fascinados volúmenes que desconocían de la escritora, y comentando tramas o analizando personajes con total naturalidad. Mientras exista esta juventud, los libros están muy lejos de morir, por mucho empeño que pongan quienes se afanan en anunciar su deceso.

También tuve oportunidad de hacer de librero. Resulta que los escritores estamos dentro de la caseta, igual que quienes atienden a las compradores, así que no es raro que los clientes te pregunten a ti por alguna información del catálogo. Los chicos que atendían en la Casa del Libro parecían apurados cada vez que eso ocurría (también los clientes que, a mitad de transacción, descubrían que en realidad me encontraba allí para firmar), pero yo estaba encantado ejerciendo de librero en mis ratos libres: lo mismo respondía que sí, que se podía pagar con tarjeta, como que informaba del precio, que acabé por aprenderme, de algunos de los títulos más solicitados.

Los que sí venían buscando mi firma se llevaron estampada en la tercera página del libro (allí donde confluyen el nombre de autor, el título y la editorial), la frase que he decidido utilizar como dedicatoria para esta novela: “no existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma”. Decenas de ejemplares acabaron así dedicados en esa primera mañana de firmas, como atestiguan algunos tuits que posteriormente compartieron estos lectores. Que, por cierto, no sé si lo he dicho, pero empiezo a sospechar que mis lectores son los mejores lectores que existen. ¿Puede ser?

Tuit

Total, que dieron las dos de la tarde y llegó el momento de levantarse. Los seguidores de Laura gritaban para conseguir más firmas, pero yo pude abandonar la escena tranquilamente sin originar ningún drama. Habiendo cumplido por el momento con mis responsabilidades como escritor, me enfundé el traje de lector e hice el consabido recorrido paseo arriba, paseo abajo. En mi mente estaba la idea de hacerme con el nuevo libro de Manel Loureiro, pero unos amigos insistentes me metieron prisa para reunirme con ellos a comer y pospuse mi encargo mental para más adelante. Claro que como las casualidades son caprichosas y juegan con nuestros destinos a placer, ¿con quién me tocó compartir caseta en el turno de tarde? En efecto: con Manel Loureiro precisamente.

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El momento en el que escribir adquiere significado

El pasado 9 de mayo se publicó mi segunda novela, El brillo de las luciérnagas. Era una fecha que tenía marcada en mi calendario desde hacía varios meses y que señalaba el momento a partir del cual, por fin, la gente iba a poder leer la historia del niño y el sótano a la que tanto tiempo de escritura había dedicado. Y que es el momento en el que todo esto de escribir adquiere significado. Porque sólo cuando alguien lee lo escrito en la página es cuando los personajes creados cobran auténtica vida. Como los muñecos de Toy Story, pero al revés: si Buzz Lightyear podía volar por el cuarto de Andy sólo cuando el niño no le miraba, el niño protagonista de mi novela sólo puede caminar por la oscuridad de su sótano cuando alguien lee cómo lo hace. Hasta ese momento, él mismo, su padre, su madre, su abuela, su hermano y su hermana no son más que un montón de letras inertes impresas en una página.

La actualidad ha querido que el lanzamiento coincida con la liberación de las tres jóvenes secuestradas en Cleveland. La realidad superando a la ficción una vez más. Desde luego nunca imaginé que mi historia de una familia encerrada durante diez años en un sótano fuera a publicarse mientras todos los diarios e informativos del país hablaban, precisamente, del encierro durante también diez años de Amanda Berry, Gina de Jesus y Michelle Knight.  La coincidencia, claro, ha sido pregunta obligada en el montón de entrevistas que he respondido durante esta primera semana de promoción, semana a la que dedicaré la próxima entrada.

De momento volvamos a la ficción. Y a ese día 9 de mayo. Un jueves que esperaba con impaciencia porque la vida de la familia que yo encerré en un sótano estaba a punto de hacerse realidad en la mente de un montón de gente a la que no conozco. Hay un momento muy emocionante tras la publicación de un libro: cuando recibes la primera opinión realmente anónima. Hasta ese día, tu historia la han leído dos tipos de personas cuyo juicio debe ponerse en duda. Primero, gente demasiado cercana a ti como para darte una valoración objetiva: amigos, novias, maridos o parientes de primer o segundo grado no se caracterizan por tener el mejor ojo crítico. Segundo, gente que está involucrada contigo en el proceso de publicación de la novela, como agentes o editores, y cuya implicación puede nublarles el sentido tanto como a ti.

Pero la de esa primera persona desconocida que lee tu libro desde el desapego total, esa opinión, es la que de verdad hay que escuchar. Porque a esa persona le da igual que te llames Paul Pen o Peter Pan, seas español o de China, hayas publicado o no, y le importa también un pimiento cuál ha sido el proceso de escritura, o si te ha costado más o menos esfuerzo. Y así tiene que ser. Lo que hace esa persona es abrir tu libro con total neutralidad buscando leer algo que le entretenga, le muestre una faceta de la vida que no conoce o le haga disfrutar, sufrir y, con un poco de suerte, llorar.

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